Relato de  José Ignacio Navas Sobrino

 

 

CORAL ROJO. Y 3ª parte. 

 


            La prolongada duración de la paraplejia que le es definitivamente diagnosticada al final de su estancia en Toledo, con síndrome de lesión medular transverso por debajo de la vértebra dorsal once, mielopatía isquémica por barotraumatismo, vulgo no sentir ni mover las piernas aunque curado del tromboembolismo pulmonar con derrame pleural, retira de su entorno a muchos de quienes antaño fueron considerados amigos salvo los auténticos. Asumiendo para sí toda la responsabilidad de lo ocurrido, pese al lamentable estado físico en que quedó, o precisamente por eso, la mentada sociedad nunca llegó a constituirse y aquel que le propuso el negocio, que por cierto llamándose andanas nunca se acercó al hospital para hacerle una visita pero al que jamás recriminó tal conducta si no todo lo contrario, que con un pragmatismo antes ignorado lo exculpa con el argumento de que “cuando huele a cadáver nadie quiere cargar con el muerto”, desapareció enviando a la modélica esposa a modo de despedida, por correo y sin remite, un talón bancario con una liquidación que, aunque suculenta, no se ajustaba a los cálculos hechos si bien dadas las circunstancias representaba una tabla de salvación enormemente tranquilizadora. Otros colegas que sí lo visitaron quedaron tan perplejos y traumatizados al enfrentarse cara a cara con tamaña realidad que alguno hubo de recurrir a ayuda psiquiátrica para superar el shock.   

             A pesar del deplorable pronóstico se niega a aceptar la cruel realidad que se le comunica cual permanente: no es fácil asumir que con treinta años recién cumplidos la actividad ha concluido, menos aún para alguien con un pasado tan intenso como el suyo; Txo está íntimamente resuelto a ponerse a salvo, esto es, a recuperar la movilidad perdida, y con ella un cauto grado de normalidad, lo que en cierto modo, extrapolado en presente a su calamitoso estado físico, se convierte en un segundo escape libre: si aquel lo fue para salvar el pellejo éste no menos arduo para salir del lóbrego pozo de la parálisis, si uno medido en distancias el otro en calendarios.

            Tantos y tan largos años agarrotado en una silla de ruedas son razones suficientes para desanimar a cualquiera que tuviera en mente la empecinada pretensión de cumplir el ABC que se hubo marcado para sí: A de andar, B de bucear, y C de conducir, pero no se trata tanto de valentía cuanto de imperiosa necesidad a la desesperada porque, como cuando la succión del remolino te atrapa, no queda más alternativa que nadar contra corriente hasta salir del embudo absorbente o sucumbir ahogado en las aguas procelosas; “sólo hay un único camino a seguir y no cabe la más mínima opción al desmayo”, se juramenta aunque lo calla.  

            Para conseguirlo, ignorando o rechazando el dictamen clínico carente de cualquier género de esperanzas, según le es comunicado por el personal sanitario que le atiende, so la convicción de “yo no valgo para inválido” y dando palos a tientas y a ciegas sin saber en qué dirección darlos pues persiste la total ausencia de sensibilidad postural y epidérmica y por tanto no hay forma de saber de los resultados salvo por deducciones razonadas, recurre a un artificioso truco mental de gnani yoga, herencia cultural de la época hippie que tan buenos resultados le deparó en el norte de Mallorca, técnica consistente en concentrar la atención en un punto concreto e ir ampliándola al resto; así centra imaginariamente la meditación en los pulgares y pese a no sentirse rememora la sensación de mojarse al entrar en el agua: pies, tobillos, pantorrillas, rodillas, muslos, pelvis…que, aunque con una lentitud exasperante, van respondiendo a los estímulos especulativos, si bien los progresos no se aprecian más que en comparativas con el tardo discurrir del tiempo. 

A pesar de la aparente menudencia de los progresos cuasi inapreciables y a lo despacio que discurre el proceso no desiste y luego de varios meses de tentativas inútiles aprovechando la tiesura de la espasticidad para sostenerse erguido contra rincones y paredes, arranca a mover casi imperceptible un dedo del pie izquierdo; más de un año después la resistencia física ha aumentado considerablemente, y transcurrido un lustro consigue deambular torpemente sustentado o suspendido de sendas muletas, pero al cabo se desplaza mejor o peor aunque fuere con las caderas y sin articular las rodillas rígidas como títere de feria, mas por sí mismo; de ahí en adelante, haciendo acopio de un ingente esfuerzo de voluntad durante más de una década de dedicación intensiva, la progresión aunque lenta es inexorable pero por fin comienza a alcanzar lo que parecía imposible, puesto que, sin haber recuperado tampoco y por completo el sentido del equilibrio y padeciendo todavía achaques de lo acontecido, debe ayudarse de una muleta o de un bastón para aguantarse sin trastabillar y caerse, amén de otras secuelas residuales, insignificantes a tenor de lo pasado: el estamento médico confiesa su perplejidad y desconocimiento de las causas de tamaña mejoría pero aplaude, como es tónica general, su voluntariosidad. 

Sin embargo entretanto, en escala inversamente proporcional a la evolución neuromuscular,  su carácter sufre una radical transformación, a la que no son ajenos los continuos cortes de digestión o el permanente dolor abdominal, cuyo punto de inflexión arranca de la extremaunción que le es administrada en el Ramón y Cajal recién ingresado, todavía bajo la influencia de la vivísima impresión del viaje incorpóreo, y refrendada por la segunda que recibe en la UVI del Centro Nacional de Recuperación de Parapléjicos, donde igualmente es aleccionado a redactar testamento en la flor de la vida, funesta recomendación que añadida a lo anterior es origen innegable de una intensa reflexión que hace mella en el ánimo dejando un fuerte poso de impresiones negativas. 

No obstante, tal mutación tan gradual cuan radical sólo para él pasa desapercibida: de extrovertido a taciturno, de sociable a misántropo, de alegre a huraño, de crédulo a escéptico, de optimista a amargado, de mundano a misoneísta, de consumista a austero… en la metamorfosis del tránsito arruina su matrimonio, que desafortunadamente remata disolviéndose; puede que tal suceso fuera aún peor que el propio accidente de buceo: se trata, por así decirlo, del tercer escape libre al que, antes de completar el segundo, debe enfrentarse, si bien con la sospecha de que en éste se quedará a medias aguas; y en efecto la permuta se consuma refugiado en la faceta laboral para huir de la soledad mortificante, del silencio atronador, de la tristeza demoledora, del vacío contundente, de la aflicción inconsolable, del frío en el espíritu huero, haciendo del trabajo causa de vida recluido en un ostracismo refractario a cualquier novedad exterior. 

Adempero el tiempo es el mejor bálsamo cicatrizante, tanto para las penurias corporales como para las sentimentales, y como ave fénix de las cenizas rebrota un nuevo personaje, bastante reservado, agnóstico, menos osado en beneficio de una mayor prudencia, más tolerante en detrimento de la pretérita arrogancia… lo que a la postre no cambia, una vez superado el bache de la profunda depresión anímica, es su personalidad básica, esto es, la idiosincrasia bohemia, las ansias emprendedoras aunque ahora más comedidas, la eterna e insaciable curiosidad por conocer y explorar nuevos horizontes.

Casi veinte años después. El disco solar se levanta majestuoso sobre la vertical de Tapia de Casariego; la floja bolina matinal cede a la insólita bonanza que augura un día estupendo, tanto que hasta las gaviotas, posadas en los tejados de la villa vieja de Bares, parecen sentirse atraídas por el anormal bullicio asomándose por encima de los canalones. Una reducida bandada de zarapitos asustados por el griterío alza el vuelo desde la cercana playa de A Concha Vella dirigiéndose hacia la calita de Vilela, y varias grajillas nerviosas despegan de la Pedra Pronuncela y escalan la hondonada para buscar posaderos más tranquilos en el caserío nuevo. 

Llegados de diversas partes de España y aún de fuera de ella, un tropel de vehículos todoterreno, remolques y motores, lanchas neumáticas y hasta alguna embarcación menor de fibra, se ha concentrado en el aparcamiento junto al muelle del recoleto fondeadero natural de Bares, cuyo Coido resulta ser un antiquísimo dique de abrigo de origen fenicio, o acaso aún anterior y perteneciente a la legendaria cultura de los arotrebas, quienes bajo las órdenes del mítico Breogán, imposible saber si haciéndose a la mar desde este mismo lugar, alcanzaron las costas de Irlanda a bordo de pequeñas barquichuelas con el casco de cuero engrasado, una de las cuales fue encontrada enterrada en el relleno arenoso de la localidad pero incendiada a causa del mal olor desprendido por la podredumbre del forro, y poblaron sus tierras; dígase que según el Periplo de Avieno, Plinio, Estrabón u otros remotos historiadores,  ártabros, arubios o arotrebas son tribus que semejan hundir sus raíces en el comienzo de la edad del bronce, acaso descendientes de ancestrales poblaciones eneolíticas autóctonas conocidas por sus vasos campaniformes, es decir, herederos de aquellos druidas sacralizadores de robles y tejos, erectores de menhires, hacedores de círculos líticos y conspicuos constructores de dólmenes. Tras preparar el evento durante varios meses, coordinando fechas, estableciendo logísticas, disponiendo alojamientos, recabando los permisos pertinentes… un nutrido grupo de buceadores profesionales y deportivos se ha reunido para conmemorar el aniversario de la infausta jornada coralera procediendo a festejarla con el regreso de Txo a las profundidades marinas. 

Es durante los preparativos de la inmersión en plena temporada veraniega, como suele ser normal en esta clase de encuentros y con esta clase de individuos tan anárquicos, mientras se botan las embarcaciones dejando deslizar los remolques por la resbalosa rampa hasta entrar en el agua, que la organización brilla por su ausencia y el caos es mayoritario; mientras unos ya se han enfundado el long john y los escarpines otros aún permanecen confraternizando ante cafés o vermúes en una taberna de la vecindad, en tanto que algunos, haciendo caso omiso de las vociferantes llamadas, pegan la hebra con un grupito de campistas apiñadas en el embarcadero alrededor de los buceadores. 

Mira, seguro que ven delfines, como en la tele; yo una vez vi un reportaje de…”, “¿vais a buscar un tesoro?... ¿para qué es ese aparato?..”, “¿qué es esto, un campeonato de pesca submarina?”… “¿sois de algún club de buceo?”… se escucha por aquí y por allá entre la variopinta parafernalia de equipos depositados sobre la explanada, desde los tradicionales trajes húmedos de neopreno otrora uniformes y ora multicolores,  hasta las lustrosas mono y bibotellas, encastradas en avanzados jackets igual de coloridos, pasando por las ultramodernas aletas de palas  termoplásticas o de fibra de carbono, los magníficos octopus, los relucientes cinturones de lastre o los novísimos instrumentos electrónicos blindados contra la humedad, en tanto que, haciendo gala de una caballerosa gentileza hoy obsoleta, los congregados, aunque con una cierta desgana, se escaquean de los críos como pueden huyendo del acoso verbal a que son sometidos por curiosidad infantil con comentarios o preguntas mientras responden con corrección, inclusive con amabilidad, a las hechas por los adultos, sobre todo a las de las mujeres más jóvenes y agraciadas, acaso por un incorregible tic ligón largamente arraigado entre los de su generación y disimulado con idéntico énfasis. 

La disparidad de acentos y coletillas con que rematan las frases delata las diversas procedencias del heterogéneo grupo reunido en la ría de O Barqueiro antes de la inmersión en los bajíos del Estaquín, a los pies del asombrosamente abrupto acantilado de La Estaca, lugar ya frecuentado con anterioridad por el accidentado. Entre los compañeros reunidos se cuentan tres buzos asturianos, curtidos en mil y un avatares de obras civiles hidráulicas y reputados especialistas en dragados y enrases, entre ellos el “king”; está también el “paisa” marroquí, que se lo tiene bien ganado por su buen hacer en el pasado como ayudante de buceo; hay varios gallegos, hombres de mar que como él llevan el océano en pleno corriendo por las venas; aquellos que tanto fanfarronean son dos vascos exaltados, de la primera época de profesional; tampoco falta el farero, antaño un acreditado practicante de pesca submarina y hogaño superado por sus dos hijos, jóvenes fenómenos que han seguido con similar o incluso mayor pericia la tradición familiar, quienes igualmente participan, así como un buzo portugués, experto jefe de equipo en buceo a saturación, pero que o habla en inglés o apenas interviene en las conversaciones y cuando lo hace ha de repetir sus palabras varias veces y muy despacio para hacerse entender por el resto: por “a fala” cerrada se advierte que procede del Algarbe; el escocés, especialista en corte y soldadura y explosiones submarinas, tampoco es muy ducho en el manejo del castellano pero con tamaña resaca de la borrachera del día precedente, cuando el Alvariño regó la cena con largueza y la noche propició la marcha de copas hasta las tantas, se limita a permanecer sonriente en el corrillo disimulando su marejada interna: desde que varios años atrás conoció el festival celta de Ortigueira siempre que le es posible procura no perderse el acontecimiento, de ahí que por estas fechas tenga ambas razones para estar presente; también hay un par de buceadores andaluces que llegan ex profeso desde el extremo opuesto de la península en sendas autocaravanas y acompañados por sus respectivas familias; el barbudo es mallorquín, contumaz fumador de vegueros, que se olvida de su vegetarianismo así pone los pies en tierra de godos; el valenciano, aunque va para los sesenta, es de largo un empedernido mujeriego que se vanagloria de sus múltiples conquistas femeninas pero calla el escaso éxito que en realidad obtiene. 

Acercándose desde Os Farallons de San Ciprián ataviada con un barroco vestido recamado de fosforescentes algas marinas verdes y ciñendo tocado volutoso de trenzas bordadas en urdimbres de luz de luna, Maruxaina, la del cabello negro, y Xana, la rubia de los oropeles, con una no menos deslumbrante túnica azul hilvanada con rayos de sol, cuya dorada tiara sobresale de los rodetes entrelazados con seda celeste, volando desde el estuario de Navia, se han dado cita en Illa Coelleira, desde cuyas ruinas templarias contemplan la peculiar flotilla de embarcaciones; entretanto Xancia, la pelirroja del atuendo escarlata, tejido con hojas otoñales y zurcido con hebras de ocasos melancólicos, peinada con diadema de bayas de acebo y arándanos, ha bajado a lo largo del curso fluvial del Sor hasta aposentarse en las faldas de Pedras Cañoles, unas enormes moles de granito erosionado y pulido por incontables milenios de lluvia y viento, por mantenerse a prudente distancia de aquellas pues es bien sabido que desde la última trifulca, en tiempos inmemoriales pero su memoria es prodigiosa y su escala se mide diferente a la de los mortales, entre la terna de magas las relaciones no son precisamente buenas, cosas de hadas. 

Mientras Abelurio, el revoltoso trasno del castro de A Croa, perfeccionista donde los haya y meticuloso de puertas afuera pero que en realidad tras esa fachada camufla su faceta tímida y bonachona, quien a principios de cada primavera ofrece buenos consejos a los campesinos por medio de golondrinas, abubillas, cigüeñas, mirlos, buteos, azores y halcones peregrinos, si bien cuando es agraviado y enfurecido arruina las cosechas haciendo llover granizo en pleno verano o provocando sequías pertinaces, envuelto en un raído abrigo de musgo secular con veinte cascabeles cosidos a la taleguilla y tapado con un gorro de muérdago entretejido con hierbabuena, ha acudido atraído por el ruidoso trajín y se ha repanchingado holgazanamente en la ladera del otero de A Penela con ánimo de fisgonear la tumultuosa escena que se desarrolla en el pequeño puerto. 

Pronto se le une su vetusto amigo Mogor, el gnomo de Os Aguiones del Cabo Ortegal, un duendecillo avispado y arrogante, amigo de alcatraces, charranes, paíños, archibebes y frailecillos, cormoranes y araos, tan inconformista cuan revolucionario, que abrigado bajo un tabardo de sombras y escamoteando siempre la mirada so las alas deshilachadas de una chistera neblinosa entramada de laureles y sarmientos de vid silvestre, a su pesar se hace visible en el resplandor nocturno tras treinta relámpagos, cuando se le puede ver paseando calmoso al pie de higueras y madroños con las manos en la faltriquera puesto que solamente con el clarear del alba recupera su invisibilidad, y entretanto está obligado por los arcanos a ser generoso con cuantos lo ven; aprovecha las entradas en la rías de los barcos de cabotaje llegados de arribada, cuando se topan de proa con temporales y no pueden rebasar las puntas, para confundir a los navegantes atrayéndolos hacia sí para facilitar el robo de los barriles de vino y de otras bebidas alcohólicas que los tripulantes llevaren a bordo y apropiarse de cuanta pacotilla se le antojare de las bodegas, pues es un impenitente coleccionista de artículos exóticos aunque inservibles, si bien luego al influjo de la borrachera siempre se arrepiente y para remediar sus travesuras facilita la continuidad de la singladura. 

Entre bromas y veras y risas al rebufo de trago y trago, se divierten parloteando con los rodaballos que asientan sus reales en el Lombo Das Navallas y espoleando a las voraces lubinas que, remontando el río al compás de la marea, persiguen y devoran a cuantos incautos se cruzan en su camino; o chismorrean con los salmonetes que afanosamente peinan las arenas con sus barbillones inquietos, y hasta conversan con los lenguados que perezosamente se han tumbado en el Playazo de Salgueira; coquinas y almejas, calamares y centollas, ostras y longueirones, reos y doradas, nécoras y caracolas, pastinacas y jibias, camarones y barbadas, mújiles y chaparelas, escarapotes y alfóndigas, sollas y sábalos venidos desde todos los confines de la ría han pactado una tregua en sus correrías y se añaden a la tan intrascendente cuan sorprendente cháchara. 

Impulsándose desde el monte Cornería a la Pena Do Galo y de ahí a la cima del Pico Da Vella, en la orilla opuesta comparece Morgallón, el trasgo mouro de Zoñán, del que algunos dicen que oculta bajo su manto el cetro mágico de Maeloc, el de la piedra azul que absorbe la luz y la guarda en su interior; se encarga de proteger los dólmenes del Cadramón y los túmulos funerarios del Xistral, así como de velar por los montaraces  bosques de coníferas y frondosas, figura emblemática de cuantos espectros cuidan de sotos y arboledas y portavoz de los que residen en las oquedades; paladín de mochuelos, murciélagos, chotacabras, lechuzas, búhos, cárabos y autillos, arropado bajo una estrafalaria levita descolorida por el paso de las eras, revestido de brezos y cubierto con un estrambótico morrión de boj con helechos, tan parco de palabras cuanto charlatanes los anteriores; se dice que es muy susceptible y contrariado se inventa cuarenta obstáculos insospechados pudiendo causar malentendidos de toda clase, confundiendo y dificultando enormemente la existencia de las personas. 

Con él se ha reunido su viejo colega Runo, el sabio genio regordete que habita en los rabiones de la Serra de A Faladoira, un simpático personaje afable de natural tan flemático cuan escéptico, custodio de los antiquísimos pergaminos que rigen los códigos morales y guardián de ollas repletas de monedas de oro que se vuelven pedruscos malolientes al ser tocadas indebidamente; en simultáneo es un denodado hostigador de intolerancias y extremismos, árbitro de equidades y juez de paz en el prolijo equilibrio de la naturaleza; los cincuenta remiendos de su desgastada librea esconden otros tantos secretos inconfesables, y su sombrero de fieltro adornado con ristras de modestas flores campestres engarzadas por medio de espinos albares encubre la retorta donde se maceran pensamientos alquímicos; heraldo y abanderado de salamandras, mantis, lagartos, culebras, arañas, galápagos y mariposas, cuentan que recompensa con medio siglo de buena suerte las dádivas que, sin pedirlas, recibe de quienes tienen la fortuna de cruzarse con él. 

Recostados ambos en las pendientes del monte Atalaya, sobre las copas de los sauces que conforman un pequeño bosquete residual, pues son alérgicos a los eucaliptos, mirando al oeste cruzan apuestas imaginarias acerca del lugar donde los buceadores se disponen a sumergirse. 

El animoso cuarteto platica amigablemente hablando en un lenguaje inaudible aunque comprensible por todos los seres salvo los humanos, pues aunque políglotas prefieren pasar desapercibidos; unos y otros alargan inauditamente los brazos varias leguas para compartir las botellas de augardente que pasan de mano en mano, cuando alguno no desaparece instantáneamente dando saltos de muchos kilómetros, cual pulgas marinas entre el arribazón de algazos sobre las playas, brincando desde su respectivo apostadero hasta las cornisas de la localidad para observar de cerca el para ellos sorprendente material de buceo, puesto que los cuatro pueden hacerlo recorriendo mares, tierras y cielos, sin más aditamento que su propia voluntad, toda vez que eso es algo que a los de su especie les es permitido, pero, claro, al ser de entidad mágica nadie es capaz de verlos ni de percatarse de su presencia, privilegio de duendes. 

La sosegada calma de mediada la mañana es rota por un estentóreo vozarrón: “¿estamos ya todos listos?... ¡coño, a ver si vamos embarcando y  largando amarras!... que a este paso se nos va la marea y todavía seguimos dándole al palique, que ya son horas y hay que estar de vuelta para almorzar”; “¡Joder, che, te empiezas a parecer a mi jefe!”, le espeta alguien mientras desde una banda se oyen abucheos y silbidos y aprobaciones y aplausos desde la opuesta; otro le responde con un lacónico “ya está el aguafiestas jodiendo la marrana”, y esotro añade: “¿nadie te ha dicho que estás más guapo con la boca cerrada?, ¡bocazas, que eres un bocazas!”; “¡venga ya, que como se os enteren las parientas os van a poner más tiesos que el palo de una escoba!”, contesta el aludido; “e logo ¿no lo dirás por pura envidia?, que la tuya está ya como el mango de un paraguas ¿nonsí?”, aduce uno de los gallegos más socarrones, y para más inri uno de los astures agrega: “¡qué ye, oh!, ¿es que ya se te ha olvidado la última vez que te dejaron mojar el pizarrín y ahora tenemos nosotros que pagar el mosqueo?”; otro interviene al punto: “¡déjalo tío!, ¿no ves que a ese carcamal ya no se le empina?”, y el balear remacha la broma con un “es que a algunos ya no se le levanta ni con un tractel”; fingiéndose ofendido el cuestionado rebate las acusaciones: “¿lo decís por experiencia propia?, porque lo que es a mí no me hacen falta las pastillitas para cumplir, que todavía se me pone la polla como una olla, y no como otros que mucho presumen pero al final humo”, haciendo un gesto obsceno con el antebrazo sobre el bajo vientre; “¡malaje, mala lengua te rasque la boca!… para una vez que los guajines pillan buen rollito tienes que venir echando pestes”; “es que éste pringao es como el perro del hortelano de mi pueblo”, rezonga el compinche, al hilo de lo cual indefectiblemente se redoblan las pitadas y las rechiflas. 

Entretanto, visto el cariz que van tomando los acontecimientos, la voluntariosa hija de uno de los presentes, mitad azorada y mitad incomodada por tanto decibelio suelto que hace volver la cabeza incluso a quienes nada tienen que ver con el grupo, intenta poner orden en el desbarajuste reinante terciando en la tanda de pullas y aclamaciones entreveradas con carcajadas: “¿y porqué no os dejáis todos de chorradas y groserías y nos ponemos a lo que hemos venido?”; “¡esso, esso, bien disho, bonita , si ess que son como críos!; parese mentira que a ehtas arturas todavía argunos sigan con esass”, afirma con brío el más joven de los sureños; ”como se nota que te controlan de cerca, quillo; ¡claro, así cualquiera!... que si no te tienen a pan y agua hasta que te vuelvas a Cádiz!”, argumenta uno y otro corrobora: “¡pues mira que formalito se nos ha vuelto éste!... ya me hubiera gustado verle así en otros sitios ¿eh?; ¡anda, que si yo contara el cachondeo que se traía entre manos el santurrón éste cuando andábamos por Ghana ¿eh?, ¿o es que ya se te ha olvidado?”; haciéndose el ofendido refuta las supuestas acusaciones con un “ssí, pero a mí ya me entró la formalidá, no como siertos desserebrados que siguen ancladoss en sus neurass como si todavía fueran shavaless”; al cabo las discrepancias concluyen conminando a los reticentes con un imperativo: “¡a ver, oh!, si queréis seguir rajando que se vengan también o quedaros vosotros en tierra, pero vámonos yendo”, la que truena es la voz del gijonés que patronea la mayor de las embarcaciones concentradas en la pequeña ensenada. De trasfondo de la perorata se escucha a buen volumen “Eyes in the sky”, canción de Alan Parson Project

Y así, entre chanzas y chirigotas, réplicas y contrarréplicas,  so tamaño exhorto el par de remolones, un yayo canario y otro euskaldun que por gajes del oficio se desenvuelven con soltura en inglés y departen con dos atractivas turistas alemanas, se apresta a alistarse, si bien llevándose consigo a las jóvenes invitadas; algunos de los requeridos van abandonando la terraza de la cantina y encaminándose hacia el pantalán; los hay que bajan la rampa con lentitud y embarcan parsimoniosamente, mientras otros en fin atraviesan la playa dirigiéndose a la orilla y entran en el agua para encaramarse a las neumáticas; es en una de ellas varada en la arena donde se sube el aún entumecido y ligeramente encorvado aunque satisfecho e independiente Txo.   

Poco después, en un campechano ambiente de sana camaradería, comandados por la mayor de las lanchas y secundada por el resto, una a una levan anclas y zarpan rumbo a la zona elegida; la corta travesía se realiza en unos minutos, solamente las dos embarcaciones de motor intraborda tardan un poco más en arribar pero al cabo salen de la bocana, viran una cuarta y media a babor, navegan media milla más y fondean de nuevo próxima la repunta de marea, cuidándose muy mucho de que las anclas no garreen al bornear con el reflujo de la bajamar por mor de evitar colisiones accidentales entre sí o contra las rocas, en las inmediaciones del Calexón de fora, donde las aguas hoy bastante cristalinas, con una visibilidad cercana a los quince metros fuere por la calma de la pleamar que hoy se enseñorea del litoral salvo en las rompientes a pie de acantilado o por la ausencia de corrientes, y la relativamente escasa profundidad de la zona elegida, alrededor de veinte metros a sotavento de la isleta, permiten una inmersión sin grandes riesgos y con garantías de pasar un buen rato. Izadas las banderas de buceo reglamentarias dan comienzo las faenas de preparación. 

Enfundado en un vanguardista modelo de traje de neopreno forrado interiormente de titanio, el flamante estado del equipo denota su estreno expreso para la tan señalada ocasión: una concesión a la modernidad es el haber aceptado un chaquetón semi abierto con cremallera estanca. Sólo el cómodo jacket donde se ajusta la monobotella de dieciocho litros cargada a doscientos cincuenta bares es de nueva generación, pues el sempiterno equipo de superficie, compuesto por las aletas Beuchat Jetfin, perfectamente conservadas durante treinta años, las gafas, misma marca y modelo Tetis coetáneo de aquellas, y un escapulario de lastre, igualmente rescatado del olvido, así como el regulador Poseidón Cyklon, al que únicamente se la han substituido la agrietada membrana de goma por una de silicona y una embocadura de idéntico material, son tal vez anacronismos  entre tanta inauguración, para la que asimismo se ha dispuesto un torpedo eléctrico por si los impedimentos, tal que los esporádicos e imprevisibles calambres a resultas del cortocircuito medular y la todavía poco conexa respuesta muscular.   

A la antigua usanza, dejándose caer de espaldas desde el balón, aboyado verifica por inveterada rutina el correcto funcionamiento del equipo, pone a punto el cronómetro del reloj aunque la inmersión haya sido programada para no entrar bajo ningún concepto en tiempos de descompresión, desinfla el jacket y, rodeado por el resto de buceadores según han convenido, comienza a bajar por el cabo del rizón, lo que no tiene mayor enjundia que el suave mecerse entre aguas aunque conlleva aparejadas un buen número de sensaciones contradictorias, que pronto ceden paso a una multitudinaria evocación de recuerdos y comparaciones. Decir que el nuevo traje nada tiene que ver con las sensaciones de frío de antaño, pues se pega al cuerpo como una segunda piel sin dejar embolsamientos y dando lugar a una confortable impresión de calidez que apenas tiene nada que ver con lo dictado por la memoria: tan abismal es la diferencia; se dice que, habida cuenta de los enormes avances en la tecnología desarrollada en los últimos años, algo que en tiempos pasados resultaba poco menos que impensable, el empleo de  los avanzados métodos y equipamientos permite una comodidad antes desconocida. Idéntica conclusión puede ser aplicada al jacket, que ajusta perfectamente la botella a la espalda, sin ni siquiera echar de menos la otrora imprescindible cincha cojonera. Más de lo mismo podría decirse del regulador, cuya suavidad de funcionamiento es ahora notoria respondiendo instantáneamente al menor esfuerzo respiratorio, y de la excelente calidad del aire respirado. 

La jornada de buceo comienza por una visualización general del suelo rocoso en derredor, poblado de lapas, balanos, mejillones, anémonas, gorgonias… cuando al son del chapoteo de las zambullidas y de las burbujas un pequeño cardumen de caballas gregarias se aleja presuroso hacia las escarpaduras de Maeda mientras un pulpo se escabulle sigiloso por las regañas, jureles hay que aún sin ser vistos se alejan hacia altamar en tanto que un pinto de buen tamaño se esconde en las entrañas agrietadas del suelo; algunas precavidas agujas se mantienen prudentemente retiradas y las julias no osan traspasar los límites de seguridad respecto al grupo de intrusos, varias doncellas multicolores desaparecen hacia aguas más profundas y un par de maragotas tan asustadizas cuan precavidas se cobijan entre los altos tallos de las laminarias… pero así que posa los pies en el sustrato marino, a apenas ocho metros de profundidad donde no hay “borrachera de las profundidades” si bien la “euforia del descenso” resulta cuasi equiparable en intensidad emotiva, el reencuentro con la inmersión es como el regreso a casa después de un viaje interminable, la vuelta al seno fetal, útero ubérrimo donde mana cuanta vida es; el cara a cara con lo más añorado, la fusión en abrazo entrañable con un hermano de sangre extraviado años ha… en suma, un reencontrarse consigo mismo y con su vocación. 

Llegado a la ingravidez tridimensional del fondo desaparece el temor a perder el equilibrio y caer, aunque compañeros hay que no parecen tan seguros de las mermadas facultades físicas del hijo pródigo; no obstante lo convenido previamente no es fácil mantener la formación entre gentes tan escasamente disciplinadas e independientes, de modo que a los pocos minutos, una vez verificado que las secuelas terrestres de Txo no representan una mayor merma en la natación y refrendada la nunca olvidada confianza en el agua, el grupo se disgrega en todas direcciones; unos se entretienen observando las agrupaciones de algas que crecen sobre los paredones pétreos; otros se retrasan revisando las grietas en busca de quien sabe qué especimenes comestibles en crudo; aquellos se dispersan hacia las sinclinales de fuera por el puro y simple placer de contemplar sitios nuevos, esotros se desperdigan hacia las piñas de percebes que medran cerca de la superficie; los hay que se alejan hacia las honduras por comprobar la posible existencia de restos de pecios… y solamente varios de su quinta, conocedores de la zona por habituales, junto a las féminas que participan, continúan acompañando el levemente renqueante aleteo del retornado a la actividad. 

En determinado instante Txo, entre el claroscuro de los rayos solares que penetran centelleantes en las aguas azul turquesa, advierte la existencia de una espaciosa oquedad al otro lado de la restinga, y sabedor de que en tales lugares es habitual la concentración de robalizas y sargos de muy generosas dimensiones, y en ocasiones de algún que otro congrio o de lubrigantes, al atisbarla con claridad un enigmático impulso lo impele a acercarse por la vertical del murallón, en un visceral afán por curiosear dentro de la cueva. 

Siguiendo viejas tácticas de pesca submarina nada despacio y conteniendo la respiración pues el burbujeo asusta a la mayoría de los peces; avanza pegado a la pendiente hasta asomarse por la parte superior, en posición invertida para no espantar los posibles ejemplares refugiados en el interior, cuando un fugaz y ambiguo destello procedente de un recoveco en lo más hondo llama poderosamente su atención; acaso pudiera tratarse de una ilusión óptica producto únicamente de su imaginación, o tal vez de una titilación procedente de alguna rendija recóndita, o quizás de la refracción reverberante que entrara por una segunda apertura, o de una iridiscencia debida a alguna extraña fosforescencia desconocida… pero también del breve reflejo de escamas plateadas, por lo que sobre la marcha decide echar un vistazo; se introduce en la cavidad sin observar nada extraño hasta que repara en un recodo oculto tras las piedras desprendidas del techo, por lo que se adentra de cuerpo entero para comprobar con pasmo el extraordinario suceso que allí se desarrolla: el trío femenino, Maruxaina, Xana y Xancia, atraídas por no se sabe qué razón, tal vez sirviéndose de los buenos oficios del proverbial personaje hermenéutico ha aprovechado la efemérides para hacer las paces, poniendo punto final a tantísimos eones de enfado e incomunicación mitológicas, de modo que han formado un corro con Abelurio, Mogor, Morgallón y Runo, y el septeto cogido de la mano bota y rebota bailando una frenética danza ritual de reconciliación. 

Al término de la inmersión de regreso a puerto a lo lejos Pataquiña, el viejo marinero jubilado asaz conocido por su insaciable afición al vino, se tambalea entre nasas mientras canturrea entre dientes aquello de: “non erres, meu / coa cor do señuelo / que o máis sabroso bocado / pódeche ocultar o anzuelo”. De vuelta al faro por la radio del coche subiendo la cuesta se escucha lo de: “entre penas y alegrías / a veces me paro a pensar / en las vueltas que da la vida / para volver a empezar”.

              Después de aquello Txo añade al abecedario inicial la D de desarrollar bienes de equipo subacuáticos, la E de experimentar los diseños, la F de fabricarlos, la G de gestionar con honestidad y justicia los recursos puestos en sus manos… y así hasta la Z de zanjar cuentas pendientes con su conciencia en términos de ética. Luego de un profundo acto de contrición abominando de tantos y tamaños disparates pretéritos, seguido de un firme propósito de enmendar las desmedidas esquilmaciones cometidas en el pasado, aplicando conocimientos y experiencia para regenerar el medio ambiente, se ha integrado en un competente equipo multidisciplinar de especialistas, entre los que se cuentan prestigiosos biólogos marinos, acreditados oceanógrafos, economistas con visión de futuro, arquitectos comprometidos con el medio ambiente, técnicos informáticos, ingenieros de varias ramas… amén de unas pocas amistades, pero de las de verdad, quienes se esmeran en desvelar la maravillosa mecánica del comportamiento hidrodinámico oceánico y en desentrañar los fascinantes entresijos de la inmensa productividad acuática marina: no ha perdido por tanto el contacto con el mundo submarino aunque ahora lo sea mayormente en plan de buceo deportivo, o en sencillas inspecciones esporádicas que ya no de índole laboral estricta, o inclusive terapéutica por mor de coordinar y tonificar la musculatura.   

P. D. En la actualidad se ha reciclado y es un responsable y consecuente ecologista practicante,  concienciado y preocupado por el actual estado de las masas de agua en el planeta, y por ende apasionado de cuantos organismos sésiles pueblan los fondos marinos, si bien se decanta por una clara preferencia hacia los corales, toda clase de corales, incluyendo los de los modelos virtuales de arrecifes artificiales que tan concienzudamente formulan para la aplicación de programas informáticos de predicción de rendimientos, pese a que el salón principal de su casa siga estando presidido por una hermosa matita de coral rojo, de formas tan caprichosas cuan retorcidas: se trata de aquella junto a la que dejó la linterna para marcarla y subirla consigo íntegramente en mano para no estropearle las puntas, y que durante su periplo hospitalario, salvo en las UVI por cuestiones de asepsia y algo relacionado con hipotéticos gérmenes patógenos, le acompañó hasta el presente durante toda la peripecia.  

Autor: José Ignacio Navas Sobrino